©Jesús de Andrés
| Carmen González/Carlos Taibo: | |
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La transición política en Europa del Este por Jesús de Andrés El interés de la Universidad española por las cuestiones internacionales ha sido, hasta hace tan sólo unos lustros y por razones a todas luces evidentes, tan escaso como insuficiente. Sólo algunas individualidades, movidas sin duda por un espíritu resuelto, osaron adentrarse en un campo desconocido y complejo pero, a la vez, con enormes posibilidades de desarrollo dado lo fecundo del mismo. Lógicamente, una vez iniciado el despertar, la atención dedicada a unas u otras cuestiones vino de la mano de la coyuntura internacional concreta y, como no podía ser de otra forma, de su grado de proximidad: si en un primer momento y de forma natural se centró en los países de habla hispana, más adelante, como consecuencia del proceso de reintegración en Europa, los estudios comunitarios quitaron protagonismo a los primeros; por último, caer en la cuenta de la existencia al sur de unos vecinos no siempre bien conocidos, impulsó los estudios sobre el mundo árabe e islámico. Sin embargo, a pesar del notable desarrollo de los estudios internacionales en las ciencias sociales, los sorprendentes y transcendentales acontecimientos vividos en Europa del Este y la antigua Unión Soviética a lo largo de los últimos años ochenta y primeros noventa pusieron de manifiesto en la comunidad académica española el desconocimiento que de aquellos países se tenía y el agravio que suponía comparar esta situación con la del resto de países de nuestro entorno, lo que motivó un tímido surgimiento de dichos estudios en nuestro país. Desde finales de los años ochenta, poco a poco pero de forma constante, se ha incrementado el número de investigadores que desde las distintas áreas sociales se han venido ocupando de aquel espacio geográfico. No es necesario insistir en la ausencia de un área de conocimiento comparable a lo que en otros países se dio en llamar "sovietología" pero sí tener en cuenta que la falta de unos cimientos mínimos impidió un mayor y más rápido desarrollo, hecho que incrementa notablemente el valor del trabajo hasta hoy realizado. El trabajo de Carmen González y Carlos Taibo es resultado de la situación descrita: una línea de investigación abierta con ánimo pionero, fruto de una curiosidad intelectual que atiende al momento histórico concreto y llevada a cabo, en ausencia de tradición o escuela, con osada vocación. El resultado, pese a lo que podría pensarse una vez vista la situación inicial, tiene una notabilísima calidad que no adolece de nada si se compara con lo realizado por investigadores europeos y norteamericanos expertos en la materia y que sin duda les supera si se tiene en cuenta el punto de partida. Autores de destacados títulos, especializados en los casos húngaro y ruso-soviético respectivamente, Carmen González y Carlos Taibo, a los que une la identidad generacional de los llegados a la docencia universitaria en los primeros años noventa, han intentado, siempre en la medida de lo posible y en compañía de otros especialistas de diversos campos, solventar la mala situación señalada. Fruto y ejemplo de ello son el programa de doctorado sobre la Europa del Este y la antigua Unión Soviética coordinado por Carmen González en la UNED o el programa de estudios rusos dirigido por Carlos Taibo en la Universidad Autónoma de Madrid. |
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Pese a su brevedad, en el trabajo que aquí comentamos, resultado de un seminario impartido en el Centro de Estudios Constitucionales, pueden apreciarse algunas de las inquietudes y temas de interés constante de los autores. Su enfoque es similar ya que ambos comparten la Ciencia Política como disciplina y, por tanto, se mueven en idénticos parámetros. De esta forma predominan los aspectos analíticos sobre los descriptivos, la teoría sobre la narración. Esto no implica, todo lo contrario, un planteamiento aséptico: no falta la crítica, ni a la losa del pasado ni a los numerosos errores cometidos en el presente. Copiando la estructura del seminario original la obra se divide en dos: en la primera Carmen González analiza la transición y consolidación democrática en Europa del Este y en la segunda Carlos Taibo hace lo propio con la transición rusa y sus problemas. Señalar, llegados a este punto, el diferente sentido dado por los especialistas al término Europa del Este al no existir un acuerdo sobre el mismo: bien como el territorio del antiguo Pacto de Varsovia, bien referido a esa franja intermedia entre la antigua URSS y Europa Occidental. Incluso en esta obra, tal y como advierten los autores en la presentación, puede encontrarse este doble sentido. Divide Carmen González su ensayo en dos partes a las que acompaña una concisa conclusión. En la primera parte la autora indaga en el origen de la crisis de los sistemas comunistas, es decir en el carácter impuesto del modelo político (su trabajo hace referencia a los casos polaco, checo, eslovaco, húngaro, rumano y búlgaro) y en la falta de legitimidad derivada de dicha imposición, así como en la influencia decisiva que los factores internacionales han tenido para la puesta en marcha del cambio: "la crisis soviética ha sido sin duda el principal elemento democratizador en Europa del Este" (pág. 21). Analiza además en esta primera parte a los actores políticos del cambio, haciendo hincapié en la nula influencia de los ejércitos, la renuncia de la élite gobernante y la disolución de los partidos comunistas, la debilidad de la sociedad civil (contra la extendida opinión que explica la crisis de los regímenes comunistas como consecuencia de su crecimiento y protagonismo) y la complejidad del cambio dada su naturaleza simultánea en lo político, económico y nacional-internacional. Dedica la segunda parte de su trabajo al análisis de los problemas con que se han encontrado estos países en el camino hacia la consolidación de sus nuevos sistemas, especialmente en lo que se refiere a la formación de un sistema de representación de intereses. Para la autora, la ausencia de organizaciones intermedias (sindicatos, organizaciones empresariales, asociaciones profesionales, etc.) constituye "un escollo muy sustancial al normal funcionamiento de las instituciones democráticas, recargando de funciones de intermediación a los débiles partidos políticos e impidiendo la formación de pactos sociales" (pág. 44). Centra, pues, su atención en los partidos políticos, su origen y coordenadas ideológicas, así como en la evolución del comportamiento electoral. El otro gran problema en el camino hacia la consolidación que aborda Carmen González es el del nacionalismo. Se trata de "una amenaza en varios sentidos (...) por cuanto implica un riesgo de confrontación bélica (...), por cuanto tiende a oscurecer o anular los conflictos de intereses materiales entre los distintos segmentos de la sociedad, imponiendo un discurso artificiosamente unificador que impide la formación de un sistema de representación de los intereses (...) y porque un requisito para la consolidación democrática es la certidumbre sobre los habitantes y los territorios a los que afectan las normas, y sobre las personas con derecho a intervenir en la vida política (y) el nacionalismo que cuestiona las fronteras o el racismo que intenta negar la ciudadanía de una parte de la población, impiden esta certidumbre" (pág. 66). En su análisis dedica varias páginas a la formación del nacionalismo xenófobo en Europa del Este, a la inseguridad de las nuevas naciones-Estado, a las relaciones entre nacionalismo y comunismo y al nacionalismo en las nuevas democracias. La conclusión, por último, plantea el interrogante sobre la consolidación misma de los nuevos regímenes aparecidos en los años noventa. Para ello utiliza una definición propia del concepto: "una democracia está consolidada cuando no existe ninguna fuerza relevante que la amenace" (pág. 85). Partiendo del hecho de que los seis países analizados pueden definirse como democracias, "en el sentido procedimental del término", la autora considera la presión y atracción de la Europa occidental y la inexistencia de grupos importantes que propongan modelos políticos alternativos junto a la opinión pública y de las élites para diferenciar, dados sus diferentes condicionantes históricos, entre el grupo de países que estuvo incorporado "a la Europa de los Imperios Centrales, esto es, Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría", por un lado, y Rumanía y Bulgaria, que por su "larga pertenencia al imperio otomano, han estado alejadas durante siglos de la influencia cultural, económica y política occidental", por otro. De esta forma, mientras que las posibilidades de consolidación son más nítidas para el primer grupo, en los casos rumano y búlgaro "su consolidación democrática es más dudosa, o, dicho de otra forma, la permanencia de las estructuras democráticas puede depender de pequeñas alteraciones, especialmente en el terreno de la política internacional". No obstante, la conclusión final augura como futuro más probable, para todo el conjunto de países, "el mantenimiento de los rasgos básicos de la democracia pluralista" (pág. 87). Destacar finalmente que acompaña Carmen González a su trabajo de un considerable número de mapas, cuadros y resúmenes con clara vocación pedagógica que facilitan la comprensión y hacen el escrito asequible a un público no especializado. Por su parte, Carlos Taibo procede al análisis de la transición rusa partiendo del cuestionamiento de la validez de dicho concepto para un proceso de cambio con inequívocas singularidades, que dificultan sobremanera la vía comparativa, y caracterizado de principio a fin por el alto grado de incertidumbre que, a la vista de los resultados obtenidos, impide la generalización de esquemas lineales impregnados de optimismo histórico. Dedica, para ello, su atención a seis aspectos cruciales como son el nuevo entramado institucional, los distintos actores que lo conforman, la organización del territorio y la "cuestión nacional", las singularidades del entramado económico, la politización de las Fuerzas Armadas y el derrotero tomado por la política exterior. Como bien aclara el propio autor no se trata de un estudio global y pormenorizado de la situación actual de la Federación Rusa sino de señalar algunos de los problemas concretos que impiden la comparación automática y que "inducen a pensar que la 'transición' rusa no discurre (...) por el mejor de los caminos imaginables" (pág. 92). Al considerar el entramado institucional resultante de la Constitución de diciembre de 1993, Carlos Taibo recoge la opinión generalizada entre los especialistas de su inapropiada gestación, poco deseable para un proceso de normalización democrática y para la creación de instituciones en las que esté bien determinado el principio de división de poderes. El modelo hiperpresidencialista resultante, las limitaciones impuestas al poder legislativo tras su derrota física frente al ejecutivo y los problemas del Tribunal Constitucional (inexistente durante año y medio) confirman, finalmente, un escenario institucional definido por la inobservancia de la señalada división de poderes. Los actores destinados a moverse en dicho escenario tienen, lógicamente, unas características particulares sobre las que Carlos Taibo llama la atención. En primer lugar las élites rusas que hicieron posible el cambio, al contrario de lo ocurrido en otros países de la Europa del Este, procedían del interior de las instituciones soviéticas y desde éstas se fraguó su oposición, lo que, sin duda, limitó la profundidad de las transformaciones. En segundo lugar, sin contradecir lo anterior, señala las causas del reciclaje de capas enteras de la "nomenclatura" que van desde la adaptación de los grupos más dinámicos a la natural renovación generacional pasando por un posible patrón "espacial". La debilidad de los partidos políticos y la poderosa influencia de determinados grupos de presión, cuya acción se produce en ocasiones "en competición (...) con la ejercida por circuitos mafiosos en amplia extensión" (pág. 114), terminan de configurar un entorno de indefinición y con notables dificultades a la hora de canalizar y gestionar las distintas demandas sociales. Esto, unido a la improvisación de muchas de las decisiones tomadas en los últimos años, hace de la incertidumbre el elemento definitorio del proceso. Una vez definido el escenario y sus actores, Carlos Taibo analiza cuatro cuestiones fundamentales como son la organización del territorio, los problemas de la economía, el papel de las Fuerzas Armadas y la política exterior. En el primer caso, a pesar de las oscilaciones iniciales y especialmente desde la desaparición de la URSS, la política del gobierno ruso para la cuestión territorial ha seguido un curso a todas luces centralizador. Tanto el "Tratado de la Federación" de 1992 como la Constitución de 1993 han profundizado en dicho camino y, lejos de solucionar los distintos problemas existentes entre el centro y las regiones, han agudizado los problemas. Las singularidades del entramado económico, desestructurado, en crisis y sometido a las presiones de poderosos grupos de interés, han agudizado la crítica situación y los problemas sociales. La superposición de tres lógicas económicas diferentes (la economía burocrática estatal del régimen soviético, la denominada "economía de bazar" y "lo que, no sin algún problema conceptual, se califica comúnmente de 'capitalismo salvaje'", pág. 128) complejiza, a la vez que caracteriza, el funcionamiento del sistema actual. En cuanto al papel de las Fuerzas Armadas se hace evidente, según el autor, su creciente peso político, especialmente desde que, tras el empleo de unidades militares en el asalto al Parlamento, en 1993, aparecieran a la luz pública las tensiones existentes. Por último analiza Carlos Taibo el "derrotero imperial" de la política exterior, enfocando el problema desde la vieja disputa entre eslavófilos y occidentalistas. Si en la configuración inicial de la nueva Federación Rusa primaron los proyectos occidentalistas, los problemas políticos, económicos y territoriales surgidos poco después motivaron el alejamiento progresivo de la política exterior hacia planteamientos nacionalistas aquejados de cierta inercia "imperial". A manera de conclusión analiza el autor algunos de los principales elementos que caracterizan al sistema ruso, cuestiona los posibles horizontes del mismo y expone sus serias dudas sobre la verificación de un proceso de "transición a la democracia". Por contra, una "transición en doble sentido", dado el renacimiento de fórmulas autoritarias, parece ajustarse mejor a la realidad. Si para Carmen González la transición a la democracia en los países por ella estudiados parece confirmarse, así como la validez del método "transicionológico" para su estudio, en el caso ruso, estudiado por Carlos Taibo, tanto la transición como la aplicación de este enfoque encuentran dificultades insorteables. En la comparación de ambas realidades y resultados, de los distintos procesos históricos y sus métodos de análisis, de ambos trabajos en definitiva, radica, quizá, el aspecto más interesante, como totalidad, del libro que comentamos. |
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